Soldados japoneses que disparan por la espalda a ciudadanos japoneses
“Soldados japoneses que disparan por la espalda a ciudadanos japoneses”
Seiji Yogi(39与儀清治)
Fecha de nacimiento: 29 de enero de 1928
En aquel tiempo: 17 años, estudiante de la Escuela Normal de Okinawa, Milicia Imperial de Sangre y Hierro
Nuestra misión incluía garantizar comida para el comandante. Estuve en el cabo Kyan en una misión diferente. Ocurrió entonces. Al escuchar a alguien que las balas venían volando, me agaché en una cresta de un campo de caña de azúcar. Entonces, un proyectil de artillería explotó cerca de mí y durante unas dos horas tuve dificultades para oír. Como esto se había convertido en algo habitual, me levanté y continué caminando. Recuerdo pasar por Komesu y dirigirme hacia el cabo Kyan.
Cuando salí a buscar comida, fui a un campo de repollos cercano y me llevé las pocas hojas de repollo que quedaban los tallos después de que los repollos hubiesen sido recolectados, junto con las hojas externas del repollo que estaban dispersas por los alrededores. Además de recoger alimentos, también fui a sacar agua de un pozo ubicado bajo un acantilado en la costa.
Nuestra última misión fue después del 23 de junio. Nos dijeron que llevásemos 10 kilos de bombas que estaban en nuestro poder. Sin embargo, un soldado superior (jotohei) que tenía experiencia en el frente de batalla en China, dijo: “No perdáis la vida por nada. No llevéis eso con vosotros”. Dijo, incluso: “Llevad esta bomba a algún sitio y tiradla”. No sé si aquel soldado sigue vivo, pero me libré de una muerte inminente aquel día.
Creo que fue después del día 23, pero finalmente no atacamos al enemigo con bombas. Recibimos instrucciones de ir a la zona de Yanbaru, reunirnos con otros soldados japoneses que estaban allí y continuar combatiendo. Por lo tanto, un escuadrón bajó a la playa y trató de ir hacia Yanbaru siguiendo la costa. Sin embargo, durante el día estaba todo muy claro y no nos dejaban avanzar por la costa; mientras que durante la noche, la zona estaba iluminada por llamaradas, así que no podían seguir como querían. No obstante, intentaron caminar por la costa y acabaron siendo atacados por las fuerzas estadounidenses. Al final, no pudieron seguir. Algunos perdieron la vida aquel día.
Desde ese momento, nos quedamos sin comida. Yo solo tenía una bolsa de fideos secos. Recordándolo ahora, hice algo bueno durante aquella batalla. Justo en aquel momento, mientras me escondía tras unas rocas, descubrí a un par niños echados en las rocas que no tenían comida, intentando mantenerse ocultos. Les di las pocas galletas que tenía. Debí pensar que, ya que iba a morir de todas maneras, la comida no me haría falta. Vi a un soldado amigo, que había estado bajo presión, entrar en una cueva pequeña saludando y diciendo: “Perdóname por irme primero”. Nunca volvió a aquella cueva. Algunas mujeres hicieron lo mismo. Se suicidaron utilizando una granada. Bajo esas circunstancias, pensé que yo también moriría de todas maneras. Por eso entregué las galletas a aquellos niños. Hubo ocasiones en que recortaba la culata de mi fusil y quemaba las virutas para cocinar arroz en una cantimplora. Ni siquiera teníamos nada para cocinar un poco de arroz.
Después del día 23, ya no teníamos comida y nos mantuvimos ocultos tras las rocas que estaban en la parte de abajo del acantilado. Pensábamos que no teníamos otra opción que suicidarnos, pero esperando matar al mayor número de enemigos posible si de todas maneras íbamos a morir, traté de trepar el acantilado y atacar al enemigo. Mi cuerpo estaba tan débil que no recuerdo cómo pude trepar. Cuando llegué arriba del acantilado, había muchos soldados estadounidenses blandiendo sus fusiles. Ellos también estaban iluminados por las llamas. Pensando que aquello no pintaba bien, regresé temporalmente por el acantilado que acababa de trepar. Al día siguiente, intenté volver a trepar, pero estaba ya muy débil y casi no pude hacer ni la mitad del camino. No tenía otra opción que volver a bajar. Cuando pensaba que esto era ya verdaderamente el final, recordé un sueño que tuve la noche anterior. El sueño era sobre mi abuela poniendo carne en mi plato el día de Año Nuevo. Recordando aquel sueño, pensé que quizás alguien de mi familia podría estar vivo aún y así evité suicidarme. Mientras tanto, me volví cada vez más débil. Mirando hacia el océano frente a mí, me di cuenta de que había muchos dragaminas estadounidenses. A través de los altavoces de esos dragaminas, escuché que los estadounidenses decían: “Convertíos en prisioneros. Salid, salid. No pasa nada”. Así que hubo gente que se dirigió hacia el mar para convertirse en prisioneros de guerra.
Pero los soldados japoneses comenzaron a disparar por la espalda a la gente que intentó convertirse en prisionera. No pudimos seguir hacia el mar para rendirnos porque nos arriesgábamos a ser disparados por detrás si intentábamos rendirnos y convertirnos en prisioneros. No teníamos otra opción que quedarnos donde estábamos.
Al final, perdí toda mi fuerza física y fui capturado por las fuerzas estadounidenses. Probablemente, respondí a la llamada a la rendición y me acerqué todo lo que pude, tambaleándome, a los soldados estadounidenses. Creo que después de aquello, los soldados estadounidenses me hicieron prisionero y me ayudaron. Sin embargo, y a pesar de todo, estaba contento. Cuando me metieron en un camión estadounidense junto a otros prisioneros y nos dirigimos a Minatogawa, pensé en saltar del camión y huir empujando al soldado estadounidense que llevaba un fusil y nos vigilaba en la parte de atrás del camión. Sin embargo, estaba tan débil que me fue imposible hacerlo. Cuando ahora lo recuerdo, siento miedo de la educación que había provocado aquella hostilidad en aquella época.
Seiji Yogi(39与儀清治)
Fecha de nacimiento: 29 de enero de 1928
En aquel tiempo: 17 años, estudiante de la Escuela Normal de Okinawa, Milicia Imperial de Sangre y Hierro
Nuestra misión incluía garantizar comida para el comandante. Estuve en el cabo Kyan en una misión diferente. Ocurrió entonces. Al escuchar a alguien que las balas venían volando, me agaché en una cresta de un campo de caña de azúcar. Entonces, un proyectil de artillería explotó cerca de mí y durante unas dos horas tuve dificultades para oír. Como esto se había convertido en algo habitual, me levanté y continué caminando. Recuerdo pasar por Komesu y dirigirme hacia el cabo Kyan.
Cuando salí a buscar comida, fui a un campo de repollos cercano y me llevé las pocas hojas de repollo que quedaban los tallos después de que los repollos hubiesen sido recolectados, junto con las hojas externas del repollo que estaban dispersas por los alrededores. Además de recoger alimentos, también fui a sacar agua de un pozo ubicado bajo un acantilado en la costa.
Nuestra última misión fue después del 23 de junio. Nos dijeron que llevásemos 10 kilos de bombas que estaban en nuestro poder. Sin embargo, un soldado superior (jotohei) que tenía experiencia en el frente de batalla en China, dijo: “No perdáis la vida por nada. No llevéis eso con vosotros”. Dijo, incluso: “Llevad esta bomba a algún sitio y tiradla”. No sé si aquel soldado sigue vivo, pero me libré de una muerte inminente aquel día.
Creo que fue después del día 23, pero finalmente no atacamos al enemigo con bombas. Recibimos instrucciones de ir a la zona de Yanbaru, reunirnos con otros soldados japoneses que estaban allí y continuar combatiendo. Por lo tanto, un escuadrón bajó a la playa y trató de ir hacia Yanbaru siguiendo la costa. Sin embargo, durante el día estaba todo muy claro y no nos dejaban avanzar por la costa; mientras que durante la noche, la zona estaba iluminada por llamaradas, así que no podían seguir como querían. No obstante, intentaron caminar por la costa y acabaron siendo atacados por las fuerzas estadounidenses. Al final, no pudieron seguir. Algunos perdieron la vida aquel día.
Desde ese momento, nos quedamos sin comida. Yo solo tenía una bolsa de fideos secos. Recordándolo ahora, hice algo bueno durante aquella batalla. Justo en aquel momento, mientras me escondía tras unas rocas, descubrí a un par niños echados en las rocas que no tenían comida, intentando mantenerse ocultos. Les di las pocas galletas que tenía. Debí pensar que, ya que iba a morir de todas maneras, la comida no me haría falta. Vi a un soldado amigo, que había estado bajo presión, entrar en una cueva pequeña saludando y diciendo: “Perdóname por irme primero”. Nunca volvió a aquella cueva. Algunas mujeres hicieron lo mismo. Se suicidaron utilizando una granada. Bajo esas circunstancias, pensé que yo también moriría de todas maneras. Por eso entregué las galletas a aquellos niños. Hubo ocasiones en que recortaba la culata de mi fusil y quemaba las virutas para cocinar arroz en una cantimplora. Ni siquiera teníamos nada para cocinar un poco de arroz.
Después del día 23, ya no teníamos comida y nos mantuvimos ocultos tras las rocas que estaban en la parte de abajo del acantilado. Pensábamos que no teníamos otra opción que suicidarnos, pero esperando matar al mayor número de enemigos posible si de todas maneras íbamos a morir, traté de trepar el acantilado y atacar al enemigo. Mi cuerpo estaba tan débil que no recuerdo cómo pude trepar. Cuando llegué arriba del acantilado, había muchos soldados estadounidenses blandiendo sus fusiles. Ellos también estaban iluminados por las llamas. Pensando que aquello no pintaba bien, regresé temporalmente por el acantilado que acababa de trepar. Al día siguiente, intenté volver a trepar, pero estaba ya muy débil y casi no pude hacer ni la mitad del camino. No tenía otra opción que volver a bajar. Cuando pensaba que esto era ya verdaderamente el final, recordé un sueño que tuve la noche anterior. El sueño era sobre mi abuela poniendo carne en mi plato el día de Año Nuevo. Recordando aquel sueño, pensé que quizás alguien de mi familia podría estar vivo aún y así evité suicidarme. Mientras tanto, me volví cada vez más débil. Mirando hacia el océano frente a mí, me di cuenta de que había muchos dragaminas estadounidenses. A través de los altavoces de esos dragaminas, escuché que los estadounidenses decían: “Convertíos en prisioneros. Salid, salid. No pasa nada”. Así que hubo gente que se dirigió hacia el mar para convertirse en prisioneros de guerra.
Pero los soldados japoneses comenzaron a disparar por la espalda a la gente que intentó convertirse en prisionera. No pudimos seguir hacia el mar para rendirnos porque nos arriesgábamos a ser disparados por detrás si intentábamos rendirnos y convertirnos en prisioneros. No teníamos otra opción que quedarnos donde estábamos.
Al final, perdí toda mi fuerza física y fui capturado por las fuerzas estadounidenses. Probablemente, respondí a la llamada a la rendición y me acerqué todo lo que pude, tambaleándome, a los soldados estadounidenses. Creo que después de aquello, los soldados estadounidenses me hicieron prisionero y me ayudaron. Sin embargo, y a pesar de todo, estaba contento. Cuando me metieron en un camión estadounidense junto a otros prisioneros y nos dirigimos a Minatogawa, pensé en saltar del camión y huir empujando al soldado estadounidense que llevaba un fusil y nos vigilaba en la parte de atrás del camión. Sin embargo, estaba tan débil que me fue imposible hacerlo. Cuando ahora lo recuerdo, siento miedo de la educación que había provocado aquella hostilidad en aquella época.