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La guerra en la isla de Iejima

“La guerra en la isla de Iejima”

Takao Toyozato(38豊里隆夫)
Fecha de nacimiento: 3 de octubre de 1926
En aquel tiempo: 19 años, estudiante/soldado de la Escuela Normal de Okinawa

Debía de haber unos 12 ó 13 soldados de primer año en una sola compañía. Un batallón estaba compuesto por tres compañías, así que debía de haber 30 ó 40 soldados de primer año en un batallón completo. Tres estudiantes de nuestra Escuela Normal (escuela de formación de profesorado) fueron asignados, pero al final, yo fui el único que sobrevivió a la guerra, y de alguna manera, eso me hace sentir avergonzado. Estábamos preparados para morir, así que sentí vergüenza por haber salido vivo. Como Iejima es una isla pequeña, no había manera de escapar.

Principalmente entrenamos para atacar tanques y cavar trincheras. Había un líder de equipo y un instructor asistente para las sesiones de entrenamiento. Para este entrenamiento, construimos tanques M4 de mentira con madera contrachapada; dos personas los sujetaban y hacían de tanques M4. El entrenamiento consistía en que los soldados se escondían en las trincheras diciendo: “M4 acercándose a 50 metros, aproximándose 30 metros”. Cuando los tanques de mentira estaban a 7 u 8 metros, los soldados gritaban, salían de las trincheras y comenzaban a atacar a los tanques. Nuestras armas eran bombas improvisadas de 7 a 10 kilos. Manejábamos bombas improvisadas de 7 kilos. Estas bombas improvisadas eran cajas de madera de unos 30 centímetros de alto con cuatro lados cubiertos por placas de madera de alrededor de 1 centímetro de grosor. Llenábamos las cajas con polvo amarillo de dinamita. En aquellos días, los fusibles eran escasos, así que poníamos las granadas en la parte superior del polvo amarillo, sustituyendo los fusibles. Colocábamos la granada de tal manera que la anilla sobresalía entre el polvo amarillo, luego poníamos una cubierta encima de la caja y la asegurábamos con clavos. Llevábamos las bombas improvisadas con forma de caja a nuestra espalda, como si fuera una mochila, con una cuerda de un diámetro de cerca de 1,5 centímetros.

Como no había montañas en Iejima, no había nada que nos sirviera de escudo. Los soldados de primer año fueron asignados inmediatamente a varios escuadrones.

Los cazas con base en portaaviones de los EE. UU. seguían bombardeándonos uno tras otro durante el día, así que lo único que podíamos hacer era escondernos. Por la noche, los cazas regresaban al portaaviones, y entonces recibíamos instrucciones de atacar. En respuesta a nuestros ataques, las fuerzas estadounidenses comenzaban los bombardeos navales poco después. Esto nos asustaba más aún. Las ametralladoras Howitzer también eran aterradoras. Los proyectiles de las Howitzers volaban sobre nosotros, produciendo sonidos sibilantes y como torbellinos. No podíamos saber dónde caerían. Esta situación duró una semana, hasta el 16 de abril. Las fuerzas estadounidenses desembarcaron en Iejima a plena luz del día 16. El terreno en la zona norte de Iejima es un acantilado, por lo que los tanques no podían desembarcar allí. Esperábamos que los estadounidenses desembarcasen en la zona sur de Iejima. Por ello, pusimos minas y establecimos puntos fuertes, es decir, trincheras.

Como se consideraba que nuestras armas habían sido concedidas por Su Majestad (el Emperador de Japón), todos los soldados realizaban tareas de búsqueda si dejábamos caer un simple cartucho durante los ejercicios. Por el contrario, las fuerzas estadounidenses poseían fusiles completamente cargados con balas. Los soldados estadounidenses disparaban rápidamente sus fusiles con una mano. No hubiéramos tenido posibilidades de habernos enfrentado directamente con ellos. Mientras nos manteníamos agachados y escondidos, el sargento Taniguchi nos dijo a todos: “Guardad una granada para suicidaros y tirad las otras mientras estáis agachados, y mantened vuestras cabezas agachadas”. Si sacábamos nuestras cabezas, seríamos objetivo del fuego estadounidense. Simplemente, disparábamos al azar. Guardamos una granada escondida en el bolsillo. Incluso después de aquello, todo lo que escuchábamos eran los disparos de las fuerzas estadounidenses. La compañía Tamura, una unidad amiga, tenía fusiles de fuego racheado. Se suponía que nos tenían que proporcionar fuego de cobertura disparando contra los estadounidenses; pero en vez de eso, nos dispararon desde atrás. Dejaron de disparar inmediatamente, pero si hubiesen continuado disparando con sus fusiles de fuego racheado, probablemente nos habrían herido.

Creo que el sargento Taniguchi lo había dado todo por perdido. Me llamó y me dijo: “Eh, Toyozato”. Cuando respondí: “Sí”, me dijo: “Coloca tu bomba en el centro”. Así que coloqué la bomba improvisada. A mi alrededor, solo había dos policías militares, que ya habían sido heridos, junto al sargento Taniguchi. Como el sargento estaba al mando, él no tenía bombas, solo llevaba su sable a la cintura. El sargento Taniguchi dijo: “Retira la anilla de la granada”. No podía negarme a esa orden, así que quité la anilla. Pensando que todo había ya acabado, me dejé llevar y cerré los ojos. Si hubiera mantenido los ojos abiertos, hubiera sido más aterrador, así que los cerré. Entonces, los dos policías militares, como si ya lo hubieran planeado, gritaron: “Sargento, señor. Aún es demasiado pronto para morir”. Los dos gritaron al mismo tiempo. Urgido por los gritos de los dos soldados, el sargento Taniguchi dijo: “Oh, sí, ya veo”. Al decirlo, retiró su orden de quitar la anilla de la granada. Me sentí aliviado. Sentí como si me hubiesen perdonado la vida. Ahora podría decir: “Oh, me han salvado”, pero en aquel momento y en aquel lugar, nunca hubiese tenido el valor de decir: “Oh, me han salvado”.