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Habíamos salido a una incursión con cuatro granadas de mano que nos habían dado. – Perseguidos hasta las costas del Océano donde flotaban los cuerpos de las víctimas de suicidio –

● Habíamos salido a una incursión con cuatro granadas de mano que nos habían dado.
- Perseguidos hasta las costas del Océano donde flotaban los cuerpos de las víctimas de suicidio -

Testigo: Kensei Kamiunten (13上運天賢盛)
Fecha de nacimiento: 1 de diciembre de 1931
Lugar de nacimiento: Saipán
Edad en aquel tiempo: 14 años

■¿Cuál era la situación cuando las fuerzas armadas de los EE.UU. llegaron a Saipán?
Saipán era una zona pastoral, agrícola y muy pacífica hasta que llegaron las fuerzas armadas japonesas. La atmósfera se volvió extraña a mediados del año 1943, y para el Año Nuevo de 1944, muchos soldados japoneses habían llegado, algunos incluso sin armas de fuego. Los edificios escolares se convirtieron en su totalidad en barracones militares y la situación era tal que no pudimos seguir estudiando.

■ Primer vistazo a los soldados estadounidenses
Vi destellos ascendiendo con una explosión. Dispararon uno tras otro con explosiones, y la zona se iluminó, como si fuera mediodía. Estaba todo tan brillante que no podíamos movernos. Cambiábamos de lugar durante intervalos cortos de aproximadamente un minuto, mientras caían esos destellos. Podíamos oír el sonido de los destellos ascendiendo, silbando y entonces “bang”, y ahí era cuando todos nos tirábamos al suelo y no nos movíamos. Entonces se tardaba más o menos un minuto hasta que caía el siguiente destello, así que nos movíamos tan pronto como el destello caía al suelo. La situación era así y francamente tardamos más o menos una hora en caminar un kilómetro.

A las 10 en punto del día siguiente, algunos estaban gritando: “Es terrible. ¡Corran!”; dicho con una voz extraña. Entonces vi dos tanques y varios soldados estadounidenses dirigiéndose hacia nosotros, formando una fila, a unos 500 a 600 metros.

Los soldados japoneses que vimos frente a nosotros tenían una pierna o ambos pies amputados. Uno de ellos cogió una granada de mano y yo no tenía ni idea de lo que era una granada. Un soldado japonés que estaba cerca de mí gritó: “¡Agáchate!”, y me empujó a un lado. Había visto una granada antes, pero no sabía lo que podía pasar cuando una granada de mano se activa, cuando se quita la anilla y explota. Cuando me empujó hacia un lado y caí al suelo, oí el “bang” de la explosión. Resultó que el soldado japonés herido que había visto frente a mí se había suicidado con esa granada. Cuando lo recuerdo ahora, me pregunto por qué decidió suicidarse allí mismo en vez de ir a otro sitio él solo, porque tenía civiles a su alrededor. Entonces, justo en frente del soldado que se había suicidado, justo en frente de él…, más o menos así de lejos de donde estoy yo…, vi a mi tío allí, y estaba sentado, más o menos lo lejos que estás tú de mí ahora. Su estómago estaba abierto por una explosión de una granada. No dijo nada y cayó hacia mí. Mi primo estaba justo al lado de mi tío, entró en shock y comenzó a llorar. Había allí dos tías que decidieron huir. El soldado que me empujó me dijo que era muy peligroso quedarse allí. Dijo que debíamos huir porque habría más soldados suicidándose y nos empujó fuera de allí y entonces, de repente, me di cuenta de que ambos estábamos corriendo hacia un campo de caña de azúcar.

■ Los niños también eran reclutados para incursiones
Ahora que lo pienso, me acuerdo de que el nombre del lugar era Tehada. Cuando llegamos tan lejos, algunos soldados japoneses estaban reuniendo hombres que podían moverse y básicamente agarraron a todos los hombres que no estaban con su familia. No importaba si eran niños o adultos; simplemente nos reunieron, y entonces me dieron cuatro granadas de mano. Vi que a los adultos les daban seis a cada uno. Nos dijeron que había una base con soldados estadounidenses en la dirección de Matansha, así que hicimos una incursión.

Un cabo segundo nos lideró y se convirtió en el comandante del grupo, secundado por un soldado de primera. Había dos soldados japoneses y quizás dos adultos, aunque no estoy seguro de si eran de Okinawa o no, y también había cuatro niños incluyéndonos a nosotros. Así que creo que éramos 6 en total, y con los soldados éramos un grupo de 8 personas. Entonces me enseñaron cómo utilizar una granada de mano por primera vez. Me enseñaron a tirar de la anilla de seguridad antes de golpear la granada sobre una roca. Me dijeron que explotaría en cuatro segundos, así que una vez que la golpeaba debía contar 1, 2, 3 y tirarla. Nos enseñaron de esa manera e incluso hicimos algunos ejercicios preparatorios antes de salir para la incursión.

Así que salimos, pero cuando apenas habíamos caminado 50 metros nos encontramos con un joven oficial japonés, un teniente. El joven teniente vino y nos preguntó: “¿A dónde creéis que vais?” Nuestro cabo segundo le dijo: “Vamos a hacer una incursión por orden del teniente general y tal y tal”, dijo. Entonces, el teniente dijo: “No existe tal orden”. Preguntó al comandante: “¿Quién ha transmitido esa orden?”, y respondió: “Nuestro comandante, y tal y tal”. El teniente dijo: “La guerra debe dejarse a los soldados, y no tiene que ver con los niños. Debéis iros a casa”, dijo. Pero el cabo segundo dijo: “Pero es una orden”, pero aún así el teniente dijo: “No existe ninguna orden que llame a los niños a participar en la guerra. Así que dejen esas granadas”, dijo y nos quitó todas las granadas de mano. Nos dijeron que el cabo segundo, el soldado de primera y el joven teniente “ iremos ahora a la incursión, solo nosotros tres, así que vosotros id a casa”.

■ Testigos del infernal campo de batalla durante la huida de los niños solitarios
Todos los niños se separaron, dejándonos a nosotros dos solos, mi primo y yo. Corrimos hacia las montañas y luego hacia el mar, corrimos por todas partes tratando de escapar.

Comenzamos a ver un poco el sol hacia las cuatro. El sol se inclinaba un poco hacia el oeste. El fuego de los barcos cesó más o menos a esa hora. Cuando el fuego cesó, me di cuenta de que había niños, probablemente nietos de la anciana. El mayor debía de tener cuatro años y los menores apenas podían caminar, eran tres niños en total. La abuela fue hacia los tres niños, creo que eran sus nietos, pero no pude ver a sus padres por ninguna parte. La abuela cogió una hoz y dijo a sus nietos que cerrasen los ojos. Yo estaba un poco lejos, así que no pude ver muy claramente lo que estaba pasando. Seguramente, no estaba más lejos de 15 metros, quizás unos 10 metros. Entonces, la abuela empezó a cortar las gargantas de sus nietos y los tiró por el acantilado. Me quedé en shock. Mi primo lo vio todo y empezó otra vez a llorar, pero yo no sabía qué hacer. Mientras todo esto ocurría, la abuela también se cortó la garganta con la hoz y saltó por el acantilado.

Este era el lugar donde muchos cadáveres habían sido lavados. Había tantos cadáveres en la costa rocosa que parecían como madera flotante. Algunos estaban varados en las rocas. No había solo adultos, sino también muchos niños pequeños.

Mientras caminábamos por el fondo del acantilado, algunas personas saltaban por encima de nosotros, y esto pasó dos veces. Saltaban cuando la ola se retiraba dejando a la vista todas las rocas, para así estrellarse contra la pared del acantilado o las rocas y morir, probablemente casi de forma instantánea. Si saltaban cuando la ola estaba en la costa, era posible que no muriesen enseguida. Había tanques, fuerzas armadas de los EE.UU., quizás a solo 20 metros de la costa, esperando. Los tanques se movieron unos cinco metros desde la costa y recogieron a algunas de esas personas que acababan de saltar. Cuando vi los recesos de las rocas en el otro lado, vi algunos soldados japoneses escondidos. Las fuerzas armadas japonesas no se embarcaron en ningún tipo de contraataque. La gente caminaba a la izquierda y la derecha, y aquellos que se suicidaban saltando eran todos civiles; ninguno parecía que fuese soldado del ejército japonés. Eran todos civiles.

Así pasamos el día. Al amanecer, cuando el sol brillaba bastante, empecé a soñar despierto. Los soldados estadounidenses empezaron a llamar a la gente con sus megáfonos en el lado de las montañas, y cuando miré vi a muchos refugiados escalando entre la muchedumbre. Vi la figura de mi madre detrás de las filas de personas, y me dije a mí mismo: “Esa es mamá”, y salté y comencé a correr. Cuando llegué allí, un soldado estadounidense me ayudó a subir con su mano. Me ofreció agua enseguida. Yo dudé porque pensé que el soldado podría haber envenenado el agua, así que no quise beberla. Cuando me vio dudar de esa manera, el soldado estadounidense dio un trago. Cuando le vi, pensé que no había veneno, así que bebí un buen trago de agua”.