LANGUAGE

LANGUAGE

La malaria se llevó a mi madre y me convertí en un huérfano de guerra.

La malaria se llevó a mi madre y me convertí en un huérfano de guerra.

Testigo: Zenko Asato (01安里善好)
Fecha de nacimiento: 1 de mayo de 1936
Lugar de nacimiento: Isla de Taketomi
Edad en aquel tiempo: 8 años

■ Mi madre falleció y me convertí en un huérfano de guerra.
Mi madre, mi hermana mayor y yo nos mudamos a la isla de Ishigaki desde la de Taketomi cuando estaba en el segundo curso de la escuela primaria. Cuando llegué al tercer curso, ya era un huérfano de guerra. Cuando rememoro mi experiencia de vida como huérfano de guerra se me encoge el corazón, mis labios se estremecen y no puedo hablar bien. Para mí fue un tiempo de miseria.

Todo comenzó cuando estaba a punto de pasar del segundo al tercer curso. Recibimos un mensaje de mi hermana y entonces nos refugiamos en un monte de la isla de Ishigaki llamado Barabido. Mi madre empaquetó cazuelas, sartenes y carne salada, y lo cargamos todo en un carro antes de huir al monte.

Pero transcurridas dos semanas, nos quedamos sin comida y empezamos a recolectar hojas comestibles en los montes para comerlas. Toda la familia enfermó de malaria.
Esta fue la primera vez que sufrimos la malaria y, desde luego, es una enfermedad espantosa. Soportamos fiebres altas varias veces al día y sufrimos mucho. No teníamos nada que llevarnos a la boca; estábamos gravemente enfermos, y finalmente mi madre no se pudo recuperar y falleció.
Doy gracias por haber sobrevivido a pesar de haber contraído la malaria y, desde entonces, he aportado mi granito de arena para ayudar a otras personas sirviendo como asistente social de libertad condicional e inspector de prestaciones sociales. Este deseo de cooperar y apoyarnos los unos a los otros es en gran parte debido a las experiencias que viví como víctima de aquella guerra.

A veces deseo que mi madre todavía estuviese viva para poder llevarla encaramada en mi espalda. Fue una manera horrible de morir. Ni siquiera puedo empezar a describir cómo fue. Nos enfrentábamos a un momento en el que no teníamos nada, así que cuando mi madre murió tomamos una puerta y la desmontamos para hacer una caja, un ataúd improvisado. La coloqué en un carro y tiré de él con la ayuda de un vecino cuando estaba completamente oscuro. Mi vecino me dijo: “No importa dónde. Déjanos enterrarla y ya está”; así que nos detuvimos y la enterramos ahí mismo. Por una extraña coincidencia, aquel lugar estaba justo frente a la tumba de mi padre.

Cuando hablo sobre mis vivencias de la guerra, hay muchas cosas de las que no puedo hablar sin que los ojos se me deshagan en lágrimas. Me pregunto cómo podría explicar todo eso a los niños. Me gustaría recalcar que aquella trágica guerra no debe volver a producirse nunca jamás.

(Entrevistador)
¿Resurgen a veces los recuerdos de aquella época?

No estoy seguro de si lo caracterizaría como “resurgir” pero, cada vez que oigo el sonido de las cigarras, me vienen esos recuerdos.
Lo que recuerdo es que estaba tan hambriento en aquellos días que ya no podía soportarlo más, así que cacé un saltamontes en el campo, lo freí y me lo comí. Incluso cacé una cigarra, la freí también y me la comí. Incluso me comí una rana en el arrozal. Comí tantas cosas diferentes…

■ Me gustaría que la gente encuentre la manera de hacer progresar al mundo en paz, sin bases militares.
La fuerza militar no conduce al progreso. Me gustaría que la gente encuentre la manera de que se lleven los Osprey (aviones militares) fuera de aquí y todas esas cosas fuera de este país, y que se deshagan de las bases militares para que el mundo pueda progresar en paz.

■ ¿No se daban realmente cuenta los políticos de la época de las claras diferencias de la fuerza militar de los Estados Unidos?

Cuando pienso en ello, creo que fue una estrategia muy infantil, pero los soldados japoneses cortaron troncos de árboles y los apilaron en muros de piedra para hacerlos parecer armas de artillería. La idea era hacerlos parecer reales al ser vistos desde un avión con la esperanza de que las bombas cayesen allí. ¿Por qué aquellos personajes importantes que estaban en el poder en esa época no se dieron cuenta de tales diferencias en su fuerza militar? Si se hubieran dado cuenta de las diferencias de las capacidades nacionales, hubieran sido capaces de determinar que no había ninguna posibilidad de ganar.
El origen de toda guerra es la avaricia. En vez de consultar unos con otros, la avaricia humana de querer hacerse con esto y con aquello es lo que da comienzo a las guerras. Eso es lo que creo.